La ciudad se ha convertido en el
escenario principal de la vida humana en los últimos siglos, y al parecer su
importancia seguirá creciendo cada vez más en las décadas por venir.
Las calles, esquinas, casas,
edificios, parques y plazas de las ciudades, son escenarios en los que
transcurre la mayor parte de las vidas humanas, ya sea que se viva en una gran
ciudad, en una mediana, o en un pequeño casco urbano.
Pero, ¿qué es la ciudad? ¿Un gran
punto de encuentro? ¿El sitio donde se concentra casi toda la información del
mundo de hoy? ¿El lugar en el que se concentran oportunidades educativas y
posibilidades para obtener mejores niveles de vida? ¿Un conjunto de avenidas y
construcciones atestadas de vehículos y de gentes? La ciudad es todo eso y
mucho más, pero en esencia, es el lugar en el que se tratan y deciden los
problemas públicos, y el espacio desde el cual se ejerce el poder político,
económico y espiritual de regiones, naciones y continentes. Esas funciones le
dan a la urbe una fuerza de atracción enorme, gracias a la cual se ha
convertido en una gran fábrica de bienes y servicios, arte y cultura, inventos
y pensamientos. Es por eso que en la ciudad se desarrollan relaciones sociales
de forma más frecuente y diversa que en cualquier otro lugar que podamos
imaginar.
La ciudad
aparece cuando la especie humana se hace permanente y construye un espacio
estable desde el cual organizar su actividad. Las ciudades ejercen su
influencia sobre provincias, regiones y naciones, y se convierten en centros
acumulativos y distributivos de todo tipo de bienes, y en espacios para la toma
de decisiones que afectan a personas que viven dentro y fuera de sus límites.
También reúnen, tarde o temprano,
los símbolos y los ritos de las distintas formas de poder. El gobernante y sus
ejércitos, la riqueza y el saber, los templos, los dioses y sus sacerdotes, tendrán
como escenario privilegiado la ciudad. Y ello explica, en buena medida, el
temor de respeto o el odio concentrado, la dicha arrolladora o la negativa
incontenible, con que los seres humanos hemos pronunciado a lo largo de nuestra
breve historia, palabras como Alejandría, Babilonia, Roma, Berlín, Moscú, Nueva
York, Londres, Constantinopla, Washington, La Habana, Bogotá o Barranquilla.
foto: google.
De todo lo anterior se desprende la
importancia de investigar y comprender las ciudades, tema por lo demás
apasionante y hermoso. Pero la ciudad se puede analizar de muy diversas
maneras: en su dinámica económica, en sus aspectos demográficos, en la cantidad
y calidad de sus servicios públicos, en su producción arquitectónica, etc.
La ciudad como escenario cultural,
esto es, como escenario de relaciones sociales mediadas por sistemas de valores
que determinan la forma como los habitantes se encuentran o desencuentran con
el espacio y los bienes públicos, y con sus semejantes.
Es importante el hecho de que la
ciudad es habitada por múltiples formas de pensar, diversas creencias, posturas
morales, pasiones, ideologías y gustos, lo cual la hace altamente heterogénea
donde prima una cierta homogeneidad de creencias y valores en la ciudad, la
diversidad puede llegar a ser casi infinita.
Por eso se suele decir que la
ciudad es, por excelencia, el escenario de las diferencias, y por tanto un
lugar poco propicio para identidades consistentes. En la convivencia de esas
enormes diferencias, las ciudades han encontrado un potente motor para su
desarrollo, y un detonante de su empuje y vitalidad. En buena medida, es la
diversidad lo que le permite a la ciudad desarrollar infinidad de actividades
de manera simultánea, y ofrecer tres, cinco, diez, o más formas posibles de
satisfacer una misma demanda o necesidad. Y por lo general, en toda gran ciudad
habitan de forma permanente personas de distintas regiones, nacionalidades,
idiomas y culturas. Si Bogotá es la ciudad de todas las regiones de Colombia,
Nueva York, por ejemplo, es la ciudad de todas las nacionalidades y religiones
del mundo.
Pero quizá el más hermoso de las
ciudades es que brindan la posibilidad de construir el componente en medio de
la diversidad, lo cual es un rasgo propio de la cultura urbana. En efecto, en
medio del gigantesco repertorio de formas de sentir, actuar y pensar, existe la
posibilidad de tener mecanismo en torno a aspectos como los siguientes:
Las normas que todos deben observar
para usar los bienes colectivos que hay en la casa común que es la ciudad. Por
ejemplo, cómo usar los espacios públicos (esas salas y pasillos de la casa
común), comportamientos para respetar los códigos y señales que orientan las
circulaciones y velocidades de vehículos y peatones, cómo usar y cuidar los
muebles que adornan y ayudan al buen funcionamiento de esa casa (canecas,
bancas, paraderos, postes de luz), o cómo preservar el material vegetal y el
medio ambiente urbanos.
La valoración de elementos
simbólicos que identifican colectivamente a los pobladores y que se tornan en
distintivos especiales de cada ciudad. Por ejemplo, el Parque Central, o el
Puente de Brooklyn en Nueva York; los Campos Elíseos, o la Torre Eiffel en
París; el Metro, o el Cerro Nutibara en Medellín; Transmilenio y el Parque
Simón Bolívar en Bogotá.
El tipo de ciudad que se quiere
construir, es decir, cuál es la casa común que se quiere tener para el futuro,
estableciendo acuerdos sobre aspectos como los niveles y tipos de
participación, que se entiende en la ciudad por justicia social, el tipo y la
calidad de espacios públicos, los elementos ambientales a preservar, la forma
cómo se deben distribuir, organizar y reglamentar las actividades
residenciales, comerciales, institucionales, e industriales.
Lo más interesante es que coincidir
en aspectos como los mencionados, no significa dejar de ser distintos. Por el
contrario, significa precisamente que siendo diferentes podemos compartir unas
valoraciones que cobijan diversas formas de ser. Al fin y al cabo, solo se
verifica el intercambio y el diálogo entre diferentes, pues los iguales no
tienen necesidad de construir la unidad que ya tienen y que solo se cuestiona,
se transforma y produce nuevos avances, cuando hace crisis.
Es por eso que la cultura urbana es
la vivencia de la diferencia aceptada y Positivamente valorada. Por eso, la
cultura urbana se constituye en base de la convivencia, y se diferencia de la
cultura de la guerra que se basa en la exclusión, e invita no a respetar la
diferencia sino a tomar partido, y a alinderarse con un bando. Esta última es
una cultura que lleva la diferencia a un nivel pasional y fanático,
produciéndose un alto irrespeto por el diferente, al cual no se le ve como
complemento, sino como odioso contrincante.
Por el contrario, en la ciudad se hace
posible que cada cual pueda pensar y comportarse como quiera, sin violar los
límites que imponen unas normas básicas, y que nadie lo censure. De esta
manera, la esencia de cultura urbana radica en el profundo respeto de la
diferencia.