domingo, 22 de julio de 2012

CIUDAD Y CULTURA URBANA


La ciudad se ha convertido en el escenario principal de la vida humana en los últimos siglos, y al parecer su importancia seguirá creciendo cada vez más en las décadas por venir.
Las calles, esquinas, casas, edificios, parques y plazas de las ciudades, son escenarios en los que transcurre la mayor parte de las vidas humanas, ya sea que se viva en una gran ciudad, en una mediana, o en un pequeño casco urbano.
Pero, ¿qué es la ciudad? ¿Un gran punto de encuentro? ¿El sitio donde se concentra casi toda la información del mundo de hoy? ¿El lugar en el que se concentran oportunidades educativas y posibilidades para obtener mejores niveles de vida? ¿Un conjunto de avenidas y construcciones atestadas de vehículos y de gentes? La ciudad es todo eso y mucho más, pero en esencia, es el lugar en el que se tratan y deciden los problemas públicos, y el espacio desde el cual se ejerce el poder político, económico y espiritual de regiones, naciones y continentes. Esas funciones le dan a la urbe una fuerza de atracción enorme, gracias a la cual se ha convertido en una gran fábrica de bienes y servicios, arte y cultura, inventos y pensamientos. Es por eso que en la ciudad se desarrollan relaciones sociales de forma más frecuente y diversa que en cualquier otro lugar que podamos imaginar.
La ciudad aparece cuando la especie humana se hace permanente y construye un espacio estable desde el cual organizar su actividad. Las ciudades ejercen su influencia sobre provincias, regiones y naciones, y se convierten en centros acumulativos y distributivos de todo tipo de bienes, y en espacios para la toma de decisiones que afectan a personas que viven dentro y fuera de sus límites.
También reúnen, tarde o temprano, los símbolos y los ritos de las distintas formas de poder. El gobernante y sus ejércitos, la riqueza y el saber, los templos, los dioses y sus sacerdotes, tendrán como escenario privilegiado la ciudad. Y ello explica, en buena medida, el temor de respeto o el odio concentrado, la dicha arrolladora o la negativa incontenible, con que los seres humanos hemos pronunciado a lo largo de nuestra breve historia, palabras como Alejandría, Babilonia, Roma, Berlín, Moscú, Nueva York, Londres, Constantinopla, Washington, La Habana, Bogotá o Barranquilla.


foto: google.

De todo lo anterior se desprende la importancia de investigar y comprender las ciudades, tema por lo demás apasionante y hermoso. Pero la ciudad se puede analizar de muy diversas maneras: en su dinámica económica, en sus aspectos demográficos, en la cantidad y calidad de sus servicios públicos, en su producción arquitectónica, etc.
La ciudad como escenario cultural, esto es, como escenario de relaciones sociales mediadas por sistemas de valores que determinan la forma como los habitantes se encuentran o desencuentran con el espacio y los bienes públicos, y con sus semejantes.
Es importante el hecho de que la ciudad es habitada por múltiples formas de pensar, diversas creencias, posturas morales, pasiones, ideologías y gustos, lo cual la hace altamente heterogénea donde prima una cierta homogeneidad de creencias y valores en la ciudad, la diversidad puede llegar a ser casi infinita.

Por eso se suele decir que la ciudad es, por excelencia, el escenario de las diferencias, y por tanto un lugar poco propicio para identidades consistentes. En la convivencia de esas enormes diferencias, las ciudades han encontrado un potente motor para su desarrollo, y un detonante de su empuje y vitalidad. En buena medida, es la diversidad lo que le permite a la ciudad desarrollar infinidad de actividades de manera simultánea, y ofrecer tres, cinco, diez, o más formas posibles de satisfacer una misma demanda o necesidad. Y por lo general, en toda gran ciudad habitan de forma permanente personas de distintas regiones, nacionalidades, idiomas y culturas. Si Bogotá es la ciudad de todas las regiones de Colombia, Nueva York, por ejemplo, es la ciudad de todas las nacionalidades y religiones del mundo.

Pero quizá el más hermoso de las ciudades es que brindan la posibilidad de construir el componente en medio de la diversidad, lo cual es un rasgo propio de la cultura urbana. En efecto, en medio del gigantesco repertorio de formas de sentir, actuar y pensar, existe la posibilidad de tener mecanismo en torno a aspectos como los siguientes:
Las normas que todos deben observar para usar los bienes colectivos que hay en la casa común que es la ciudad. Por ejemplo, cómo usar los espacios públicos (esas salas y pasillos de la casa común), comportamientos para respetar los códigos y señales que orientan las circulaciones y velocidades de vehículos y peatones, cómo usar y cuidar los muebles que adornan y ayudan al buen funcionamiento de esa casa (canecas, bancas, paraderos, postes de luz), o cómo preservar el material vegetal y el medio ambiente urbanos.

La valoración de elementos simbólicos que identifican colectivamente a los pobladores y que se tornan en distintivos especiales de cada ciudad. Por ejemplo, el Parque Central, o el Puente de Brooklyn en Nueva York; los Campos Elíseos, o la Torre Eiffel en París; el Metro, o el Cerro Nutibara en Medellín; Transmilenio y el Parque Simón Bolívar en Bogotá.
El tipo de ciudad que se quiere construir, es decir, cuál es la casa común que se quiere tener para el futuro, estableciendo acuerdos sobre aspectos como los niveles y tipos de participación, que se entiende en la ciudad por justicia social, el tipo y la calidad de espacios públicos, los elementos ambientales a preservar, la forma cómo se deben distribuir, organizar y reglamentar las actividades residenciales, comerciales, institucionales, e industriales.
Lo más interesante es que coincidir en aspectos como los mencionados, no significa dejar de ser distintos. Por el contrario, significa precisamente que siendo diferentes podemos compartir unas valoraciones que cobijan diversas formas de ser. Al fin y al cabo, solo se verifica el intercambio y el diálogo entre diferentes, pues los iguales no tienen necesidad de construir la unidad que ya tienen y que solo se cuestiona, se transforma y produce nuevos avances, cuando hace crisis.
Es por eso que la cultura urbana es la vivencia de la diferencia aceptada y Positivamente valorada. Por eso, la cultura urbana se constituye en base de la convivencia, y se diferencia de la cultura de la guerra que se basa en la exclusión, e invita no a respetar la diferencia sino a tomar partido, y a alinderarse con un bando. Esta última es una cultura que lleva la diferencia a un nivel pasional y fanático, produciéndose un alto irrespeto por el diferente, al cual no se le ve como complemento, sino como odioso contrincante.
Por el contrario, en la ciudad se hace posible que cada cual pueda pensar y comportarse como quiera, sin violar los límites que imponen unas normas básicas, y que nadie lo censure. De esta manera, la esencia de cultura urbana radica en el profundo respeto de la diferencia.

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