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La participación en un sistema
que se llama democrático, se fundamenta sobre la igualdad de las personas. La
igualdad es una búsqueda económica y cultural de la humanidad. El profesor
Estanislao Zuleta, en una de sus tantas conferencias magistrales refería que:
"Es casi una burla para una población decir que todos los ciudadanos son
iguales ante la Ley, si no lo son ante la vida. ¿Qué dice la Ley? Anatole
France, dijo el siglo pasado: "Queda prohibido a ricos y pobres dormir
bajo los puentes". Desde luego, sólo les queda prohibido a los pobres,
porque los ricos no se van a dormir bajo los puentes. Si no hay igualdad ante
la vida, la igualdad ante la Ley se convierte en una burla".
Pero la igualdad ante la vida
es algo que hay que conquistar, que hay que ganar. Es una tarea, no un decreto:
"Todos son iguales"; no se puede decretar, es una búsqueda, es un
reto para nosotros mismos, ya que requiere que el ciudadano se acepte como un
sujeto autónomo e influyente, como una persona con derechos y con deberes.
Vivimos en un Estado
tradicionalmente paternalista y autoritario, frente al cual la población asume
una conciencia esencialmente sumisa, y formalmente igual y autónoma. Esta
incoherencia del individuo se caracteriza por su incapacidad para asumir la
responsabilidad de su propia vida y la incapacidad para participar en las
responsabilidades sociales y políticas con fuerza, y a mejorar la calidad de la
vida, y entonces, toda solución debe provenir del Estado porque en él individuo
ha depositado toda su fuerza creadora: "Si el Estado ha asumido la
responsabilidad de mi propio ser, de él deben provenir todas las formas de
solución de las necesidades sociales e individuales".
La contradicción que
imposibilita la participación real y efectiva de la ciudadanía se agudiza por
la existencia de un Estado colapsado por la corrupción y su incapacidad de
responder por sus responsabilidades más esenciales como son la vigencia de los
derechos humanos, la justicia y la equidad en las oportunidades para acceder a
los bienes materiales y espirituales del progreso de la humanidad.
La mayor expresión de esta
incoherencia es la forma en que el individuo asume la dimensión de sus
derechos, y esa como deja de asumir las responsabilidades que proviene de su
participación en la vida de la comunidad, porque ésta corresponde al Estado, a
un Estado colapsado. Las zonas en donde el individuo se expresa como ser social
son, formalmente, lugares de su libre disposición. Sin embargo, él no asume
esta libertad como suya, tanto para el goce como para su conservación. El yo lo
usa y el Estado lo conserva. "Esta división entre el uso y la conservación
de los lugares y elementos comunes, entre el cumplimiento de las
responsabilidades ciudadanas y la posibilidad de participar de manera activa,
en la protección y conservación de los espacios físicos y culturales que son
expresión de la sociabilidad, es consecuencia inseparable de la división entre
la libertad y la responsabilidad, la cual se expresa, a su vez, en la
separación entre el derecho y obligación, entre la conciencia legisladora y la
conciencia obediente, entre la participación activa y pasiva en el ejercicio
del poder", pero ante todo es consecuencia de una sociedad autoritaria.
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